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La democracia es prácticamente la tiranía de la mayoría. Lógicamente, la democracia se opone a la tiranía, pero en la práctica lleva a ella. Eso es decir: ya que su reacción es sentimental, es meramente un extremo que, por su negación no-realista de la autoridad y competencia, inevitablemente llama a otro extremo y a una nueva reacción autoritaria, una que esta vez es autoritaria y tiránica por principio mismo. La ilusión demócrata aparece sobre todo en los siguientes rasgos: en la democracia, la verdad es igualada a la creencia de la mayoría; es esta última que prácticamente hablando “crea” la verdad; la democracia en si misma es autentica solo mientras y cuando la mayoría crea en ella, así carga en su seno los gérmenes de su suicidio. La autoridad, que uno esta obligado a tolerar en dolor anárquico, vive a la merced de los electores, de ahí la imposibilidad de un gobierno real. El ideal de “libertad” hace del gobierno un prisionero constantemente obligado a seguir los intereses de varios grupos de presión; las campañas electorales mismas prueban que los aspirantes a autoridades deben embaucar a los electores, y los medios de este engaño son tan vulgares y estúpidos y constituyen tal degradación de la gente que esto únicamente debería bastar para reducir al mito de la democracia moderna a cero. Esto no necesariamente significa que ninguna forma de democracia es posible; pero entonces es primariamente una cuestión de comunidades de limitado tamaño – especialmente nómadas – y también de una democracia interna aristocrática y teocrática, y no de igualitarianismo secular impuesto sobre grandes poblaciones sedentarias. También debiéramos acentuar lo siguiente: puede suceder que un hombre sea inteligente y competente, o que una minoría lo sea; pero no puede suceder que la mayoría sea inteligente y competente, o “más inteligente” o “más competente.” Un pueblo es lo que es, tanto en el bien como en el mal; no tiene las virtudes “centrales”, pero puede tener aquellas de la “totalidad,” en la condición que el “centro” las determina. Además, la palabra “pueblo” admite dos significados: denota ya sea la mayoría, distinguiéndose de la elite intelectual y aristocrática, o la totalidad o colectividad integral, componiendo a la mayoría y a la elite a una vez; en este ultimo sentido, es evidente que el gobierno – aparte de su origen celestial – deriva del “pueblo” mismo y que la elite noble y sacerdotal son una expresión del genio popular. En edades primarias, el “pueblo” poseía en gran medida el carácter naturalmente aristócrata que fluye de la religión; en cuanto a los ordenes mas bajos – compuestos de hombres que no buscan ni controlarse ellos mismos ni fortalecerse para levantase sobre ellos mismos – ellos no podían elegir… Es solo la democracia la que busca, por una parte, asimilar a la plebe con el pueblo y, por la otra, reducir al ultimo a la primera; ennoblece lo que es bajo y rebaja lo que es noble. – Wambali-Ohitika